Una
vez hecha la entrega del paquete, Mario vuelve a rumiar algo en tono cantarín y
nos subimos nuevamente al cuatro por cuatro, dirigiéndonos hacia un destino desconocido.
Como no me va a servir de nada pedirle que vocalice y en el fondo me da igual a
donde me lleven, asiento con cierto entusiasmo para demostrar algo de jovialidad
y parecer simpático y me sumo en mis ensoñaciones, observando a la gente que pasea
por la calle y tratando de disfrutar de África.
Llegamos
a una zona en la que el gentío presente me hace intuir que estamos frente a un
edificio público. Circulamos entre la muchedumbre que se agolpa en la calle
frente al edificio y nos adentramos por un camino de tierra que en cualquier
lugar de los que he conocido me habría hecho retroceder dando por terminada la
carretera. Aquí no. Mario se adentra despacio en ese camino, jalonado por una
sucesión de coches evidentemente abandonados y coches en uso, todos ellos en
posiciones inverosímiles debido a lo abrupto de la cuesta abajo por la que
circulamos. Vamos despacio, dosificando el apretón del acelerador para controlar
la salida de los hoyos y huecos, esquivando pozos abiertos, surcos, baches y
peatones despistados, hasta llegar, esta vez sí, al final de la calle. Una vez
allí, Mario comienza una serie de maniobras para aparcar el coche en una
posición tan rara que hasta que no apagó el motor no me di cuenta de que estaba
estacionando.
Mario
me ha dejado solo en el coche. Me ha dicho que tiene que ir a buscar una carta y en 10mn está de vuelta. Para
todos aquellos que, como yo, somos usuarios de la escala de tiempo de los
buenos propósitos, 10mn es una eternidad. Cuando vas a tardar 5-10mn en llegar
dices: “ahora mismo estoy ahí, estoy llegando”. 10-15mn equivalen a “en dos
minutos estoy contigo” y para 15-20mn se usa el socorrido “me quedan 5 minutos”.
Cuando tienes que recurrir a los 10mn es que tienes intención de tardar de
verdad. Esto, en un país en el que las lecturas previas versan principalmente
sobre el elevado número de crímenes que se cometen y en lo peligrosa que
resulta la ciudad para los extranjeros incluso de día, me produce un estado de
ánimo de cierta inquietud, que es la manera fina de decir que estaba un poco
acojonao por quedarme solo en el coche.
El
hecho de que los vigilantes de seguridad del edificio quedaran a más de 100m de
donde yo estaba y detrás de un cambio de rasante no contribuía demasiado a
tranquilizarme. Decidí afrontar la situación como un hombre y empecé a esbozar
un plan de contención en caso de que las cosas se pusieran feas. ¿Cómo se
pronuncia ‘Socorro’ en portugués? Pensaba, mientras me aclaraba la voz para que
el grito no me saliera demasiado aflautado y localizaba el claxon del coche
para ponerme a tocarlo como un energúmeno sin dejar de gritar en caso de
peligro.
Adopté
un ademán relajado, con la ventanilla abierta y el codo apoyado en la puerta.
No era fácil mantener esa postura con la otra mano pegada al claxon del coche,
pero creo que conseguí mantener cierta dignidad y aparentar confianza, a pesar
de estar comprobando constantemente los retrovisores del coche.
Cuando
más satisfecho estaba por el logro que suponía mantener la compostura en esas
circunstancias, se me escapó un gritito de pánico al ver acercarse por el fondo de
la calle a un negro andrajoso cargado con una bolsa deportiva colgada en
bandolera. Toda la ropa que llevaba ese hombre era de color marrón, a causa
seguramente de la costra de mierda que llevaba encima.
Venía
caminando despacio, deteniéndose junto a cada coche y mirando con disimulo al
interior. Mi sistema de detección de chorizos se disparó, a pesar de no estar
actualizado todavía con este nuevo destino. Tamborileé los dedos sobre el claxon
para desentumecerlos y asegurarme de que no me iban a fallar si los necesitaba
para hacerlo sonar en medio del ataque de pánico.
De pronto, tuve un repentino ataque de conciencia y empecé
a reflexionar y a sentirme culpable por dejarme dominar de esa manera por mis
miedos. Estaba en un país nuevo para mí y me estaba dejando llevar por los
alarmismos habituales que encuentra uno en las guías de asistencia al viajero.
Estaba juzgando con estándares europeos a un individuo angoleño, que
seguramente sería padre de familia y estaba marcando distancias entre él y yo
simplemente porque su acceso al agua corriente era más limitado que el mío. Me
sentí culpable. Culpable de haber sido víctima de esos prejuicios que tanto he
criticado toda mi vida y ver a un negro peligroso bajando la calle, en vez de
ver simplemente a una persona.
Mis
miedos desaparecieron, empezó a nacer en mi un cierto entusiasme ante la idea de estar en Angola y
estaba deseoso de conocer a su gente y a su cultura. Me recoloqué en el asiento para
poder saludar a ese hombre que minutos antes me pareció un negro peligroso con
un sonoro “Bom día” que lo reconfortase, cuando de pronto me fijo en el bolso
que lleva en bandolera y veo que es una bolsa de deporte de The North Face, que
cuesta cerca de 200€. Incapaz de imaginarme un escenario en el que un tío
andrajoso como ese tuviera acceso a una bolsa de lujo como esa, me volvieron a
embargar los miedos y los temores. No ayudó nada a tranquilizarme que el tío se
situase justo detrás del coche y estuviera todo el rato mirando a un lado y a
otro, en actitud vigilante. Tuve que volver a repasar todo mi plan de contención del peligro y me puse a otear la calle inquieto, deseando que apareciera Mario con la dichosa carta.
El
hombre terminó finalmente marchándose cuando aparcó junto a mí un coche ocupado
por dos militares, y yo me quedé esperando a Mario y reflexionando sobre la
imposibilidad de evitar los prejuicios a la hora de enfrentarse a situaciones
nuevas.
Espero que esa situación tan inquietante, no se repita en tu vida en Angola.
ResponderEliminarSi, con esa esperanza ando yo también!
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