jueves, 27 de marzo de 2014

De compras en el mercado



El sábado decidimos ir a comprar al mercado, a ver si podíamos encontrar zanahorias, pues empezamos a cansarnos de las cebollas y las papas como único acompañamiento de nuestras comidas. Nuestro menú aquí en Angola es afortunadamente muy variado: comemos principalmente spaghettis con cebolla y papas, arroz con cebolla y papas, macarrones con cebolla y papas, lentejas con arroz con cebolla y papas, frijoles con arroz con cebolla y papas, pollo con arroz, cebolla y papas y pescado con arroz, cebolla y papas. A veces, cuando estamos eufóricos por algo, no miramos tanto el dinero y nos compramos esa pasta en forma de conchas para hacerla con cebolla y papas. Necesitábamos zanahorias.

Nos encaminamos al mercado vestidos de blancos, esto es, los dos con polo de color claro, bermudas y zapatillas deportivas para no llenarnos los pies de mierda.

Una vez fuera de nuestros dominios, que se extienden hasta el Hotel Salala y sus alrededores, nos vimos obligados a preguntarle al segurança de una frutería por el camino al mercado. Este nos indicó muy amable que lo primero que debíamos de hacer es cambiarnos de acera, y una vez que nos encontrásemos en la acera de enfrente, seguir recto y girar a la derecha por la segunda rúa, y no por la segunda entrada. Le agradecimos las indicaciones y nos dispusimos a continuar nuestro recorrido, pero el segurança nos lo impidió de repente sujetándonos del brazo. “Primero a cruzar la estrada y después la segunda rúa”. Le aclaramos que lo habíamos entendido bien, pero que íbamos a cruzar más adelante y se alejó cabizbajo y lamentándose de que hiciéramos oídos sordos a sus indicaciones.

Un poco más adelante, cuando íbamos a cruzar definitivamente, observé que un blanco muy grande, de unos treinta y tantos años, vestido con una camiseta de tirantes de algún equipo de baloncesto y tocado con una gorra, y que estaba sentado en un sillón de piel que había sacado a la terraza del primer piso y desde el que observaba la calle cómodamente, me saludaba con cierto afecto. Como me pasa siempre que tomo a un desconocido por un amigo reencontrado, inicié un saludo espontáneo que se tuvo que quedar en amago al ver que le gritaba algo a Ronnie y cruzamos la calle para salir a su encuentro. Como tuve que abortar el gesto del saludo y tratar de reconvertirlo en un ademán natural, crucé la calle como si fuera un incapaz, pero lo remedié subiendo de un salto a la acera para impresionar a los amigos de Ronnie.

Resulta que el gigantón blanco es el hijo de nuestra casera, se llama Josué, y no ha tolerado que fuéramos solos al mercado, pues dice que es muy peligroso. Nos acompañan al mercado Josué y un primo suyo, bastante más bajo, flaco y negro que él.

 El mercado de Uige. La Plaza queda a la derecha, por donde se ven las sombrillas. (Foto encontrada en internet)

Cuando llegamos por fin al mercado, un edificio de la época colonial en el estado habitual en el que se encuentra todo lo que queda de la época colonial, lamentable, nos preguntan nuestros acompañantes que qué queremos comprar exactamente. Les decimos que principalmente verduras, y nos dicen que entonces en vez de al mercado tenemos que ir a la plaza.

La plaza es el resto del solar en el que se encuentra el edificio del mercado y está atiborrado de puestecitos con sus sombrillas de playa para dar cobijo. Entre el laberinto de puestos discurre un gran surco por el que se arrastran y se esparcen las aguas de lluvia y las aguas sucias provenientes de la limpieza de los puestos. El verdadero peligro del mercado no me pareció tanto el que nos pudieran robar como el tratar de circular entre puestos, saltando mierda mientras esquivas viejas con palanganas en la cabeza y al mismo tiempo evitas dejarte olvidado un ojo en la varilla de una sombrilla.

A pesar del aspecto inmundo del entorno, la verdura que tenían a la venta no tenía mal aspecto y las señoras se ofrecían muy amables a explicarte como se cocinaban cada uno de los productos que tenían en venta. Como suele pasar en estos países exóticos, se lleva uno un pequeño chasco al llegar al mercado y ver productos como pimientos verdes y rojos, tomates, ajos, cebolletas, patatas, peras de Portugal, pescado congelado de Vietnam, jengibre, judías blancas y negras, etc. ¿Dónde están los monos? ¿Dónde están los cucuruchos de saltamontes? ¿Y los pinchos de serpiente? Había cables USB, teléfonos móviles, los últimos estrenos de cine en DVD y BluRay pero ni rastro de comidas exóticas.
 Platanos y Sofú, un fruto local parecido al aguacate, pero con piel fina y un sabor muy fuerte que desagrada a la mayoría. A mi me gustó y Josué me ha dicho que el lo toma con azúcar y está más rico. Tendré que probarlo. La foto tampoco es mía.


Hasta que, buscando entre las legumbres a ver si encontrábamos lentejas, allí los vimos. Eran gusanos secos. Parecían pasas alargadas, y preguntamos a las señoras, que divertidas y asombradas por nuestro interés en la comida local, nos explicaron que se llaman catato y se pusieron a hablar las tres a la vez, explicándonos tres recetas distintas al mismo tiempo. Nos los dieron a probar y sabían, para sorpresa mía, a gusano seco y dejaban un sabor picante en la boca. Compramos los gusanos, un cacito de 100ml por 500 kwanzas, o sea unos 5 dólares, con la idea clara de que había que meterlos en agua y prepararlos con un sofrito de tomate y cebolla. Un poco más adelante vendían gitsombe, que por lo visto está muy rico. Es una pena que ya hubiéramos cubierto nuestro cupo de comida exótica, pues estas son las larvas blancas que se ven en las películas y te las venden vivas para hacerlas fritas. En otra salida al mercado caerán si las vemos.

 Gitsombe. Son larvas vivas, del tamaño de un pulgar de los míos y algo más gruesas. Foto de internet.

Compramos cuatro zanahorias por 4$, una papaya por 3,5$, medio kilo de tomates por 5$, los gusanos secos por 5$ y tres pescados congelados por 5$, lo único que me pareció barato. En todos los puestos nos escandalizábamos con los precios, pero nuestros acompañantes nos tranquilizaban resignados explicándonos que eso es lo que cuesta la comida en Angola.


Una foto sacada de una web oficial de la oficina turística de Uige, en la que se ve la zona de 'la plaça', con el mercado municipal al fondo y un niño de los que venden bolsas a los compradores en primer plano.

Durante todo nuestro recorrido estuvimos acompañados por cuatro o cinco niños que nos querían vender bolsas. Al principio no lo entendí, pero a medida que íbamos comprando, estaba claro que las miserables bolsas que nos daban las zungueiras no iban a llegar a casa sin romperse, por lo que nos vimos obligados a comprarles una bolsa en condiciones a los chavales por 200 kwanzas, 2$ al cambio. Se ofrecieron a llevárnosla ellos mismos, pero anticipando que eso supondría más dinero al final, rechazamos su oferta, rechazo que uno de nuestros acompañantes se encargó de enfatizar espontáneamente con una colleja al niño más cercano.

El bello vello 

Durante nuestro recorrido por el mercado, despertábamos una extraña alegría entre las señoras de los puestos por los que pasábamos. Yo lo atribuí a la alegría que despierta en todo ser humano el trato con el adinerado, y me limitaba a demostrar mi opulencia demostrando cortesía, pues de adinerado tengo poco. Esto levantaba comentarios admirados de las entregadas vendedoras "¡Son muy educados!".

No sé si por este derroche de cortesía por mi parte, que incluso bastaba para cubrir bajo el mismo paraguas a mi compañero de fátigas, de modales más bien rudos, o por un arranque espontáneo de pasión, una zungueira salió de detrás de su puesto con mucha más agilidad de la que aparentaba por su gordura y se tiró sobre Ronnie, al que empezó a acariciar sus brazos mientras alababa con pasión indisimulada la cantidad de vello que tenía.

Ronnie se dejo acariciar un poco incómodo mientras proseguía su paseo, y la señora, una vez controlado su acceso de lujuria capilar, lo dejó marchar. Alcancé a la señora y me quedé parado detrás de ella, que se giró notando mi presencia. En un tono apesadumbrado, le dije "Eu não tengo tanto vello como meu amigo, pero no soy tan velho (viejo)". Es la única chorrada que se me ocurrió, y no sé si me entendió en mi intento de falar portugués, pero se río a carcajadas y me dijo "no te preocupes, tem la pele moito bonita" y me administró a mi también mi dosis de caricias, acompañadas de sonoras carcajadas del resto de zungueiras.

6 comentarios:

  1. Que bueno!. Casi me muero de risa leyendo tus menus.
    Y lo de ligar con las lugareñas ya es para nota!
    Habeis cocinado los gusanos?, con cebolla y papa?

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    1. jejeje, hoy nos los hemos comido. Fritos con un picante que hacen aquí y un sofritito de cebolla. Estaban deliciosos! Me he comido un plataco. Ya pondré fotos manhá.

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    2. Que ricos. Seguro que a mi me encantan! Y a tus hijos ni te cuento

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  2. A mi se me hacía la boca agua, solo de imaginarme el "crujiíto" a la hora de masticarlos...qué pastonazo os dejastéis, pero las zanahorias merecen el es

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  3. Fuerzo...!!
    Nos hemos reído con ganas, con tu relatos, ¡pobres cebollas y papas...!!!
    Sigue contándonos cosas y experiencias!!!

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Muchas gracias por el comentario!