Aquí
en Angola estamos siempre inmersos en problemas con el agua. Nuestra casa no
tiene suministro de agua desde la calle, a pesar de que estando nosotros aquí,
han traído la canalización hasta el muro de cierre y han instalado el contador.
Pero falta la conexión entre la canalización general y nuestro aljibe. Por lo
tanto debemos abastecernos de agua llenando el aljibe y desde ahí por medio de
una bomba se distribuye a la vivienda.
Recién
llegado a Uige el martes de hace dos semanas, me encontré, como todas las veces
que volvemos de viaje, con que el aljibe estaba vacío. Una persona habituada al
uso de aljibes, lo primero que pensará es que tiene pérdidas y no irá muy
desencaminado pues las pérdidas del aljibe son seguramente producto de las
ganancias de los que comercian con nuestra agua aprovechando nuestra ausencia.
Estamos
ahora en la estación seca, el ‘cacimbo’, que recibe este nombre por la bruma
mañanera, de mismo nombre y tan habitual en esta época, por lo que no es tan
fácil conseguir agua, a pesar de los numerosos ríos cercanos. Me pasé por tanto
los dos primeros días sin agua hasta que encontramos a alguien que podía
suministrarla y que llegó el jueves por la mañana. Lo bueno de la escasez es la
alegría que produce en todos la llegada del agua, al fin podía ducharme y
Laurentina podía fregar finalmente sin tener que pedirle agua a los vecinos.
La
alegría me duró el jueves completo, pues el viernes por la mañana la bomba se
estropeó y no sacaba agua. Afortunadamente, el vigilante de mi casa me dijo que
el vigilante del vecino era ‘mestre’ y sabía arreglar bombas. El ‘mestre’ de
nombre Carlos, me dijo, a modo de presentación y me imagino que para
impresionar, que había aprendido todo lo que había que saber de fontanería
gracias a que había trabajado cuatro años con los chinos haciendo carreteras. Aproveché
el rictus de extrañeza por la falta de conexión entre ese trabajo y la
fontanería para que pareciera que estaba en efecto impresionado y lo acompañé
de un aja-a de admiración, pues no se me ocurrió nada mejor para alimentar su orgullo.
El hombre
se puso en faena, observó la motobomba como si fuera Antonio López comprobando
la verticalidad de las hojas de su membrillero y procedió a desmontar el
depósito de expansión, dando instrucciones no muy claras a los ayudantes y
espontáneos que nos habíamos congregado allí para observar su faena. Después de
mucha maña y esfuerzo, conseguimos desatornillar el depósito y el ‘mestre’
procedió a mirar en su interior, sopló un par de veces y rellenó el motor con
un poco de agua. Secó las salpicaduras y procedimos a volver a atornillar el
depósito. Hicimos la prueba de rigor y el saber hacer del ‘mestre’ se evidenció
con el ruido del motor y el fuerte correr del agua ¡Sale con más fuerza que
antes! Exclamamos todos, mirándonos sonrientes los unos a los otros repetidas
veces mientras nos palmeabamos la espalda ante la modestia timida de nuestro experto fontanero.
Apenas
cinco horas más tarde de dejarme convencer de que el precio justo por sus
servicios era de ‘medio saldo’, o sea 500 kwanzas, lo que vienen a ser 5$, la
bomba dejó de funcionar y encima ahora perdía agua. El ‘mestre’ Carlos ya se
había ido y no volvería hasta el día siguiente.
Al día
siguiente, sábado, enfrentado a su responsabilidad, el ‘mestre’ decidió
acometer el trabajo de volver a apretar las tuberías para evitar esa pérdida de
agua que parecía ser la responsable del fallo del motor. Después de aflojar las
tuberías mediante la fuerza bruta y alguna que otra amenaza, más que por medio
del desenroscado de la misma, volví a acordarme de los conocimientos de
fontanería adquiridos en la construcción de carreteras con los chinos del ‘mestre’,
sobre todo cuando se quedó asombrado al ver la estopa en la rosca de las
tuberías y tomarlo por suciedad acumulada. Limpió las conexiones muy
minuciosamente y pretendía volver a roscar las tuberías sin estopa. Como no
había manera de volver a enroscar la tubería sin herramientas, la unión le
quedó bastante fea y decidió sellar el encuentro usando una bolsa de plástico y
caucho de una goma de bicicleta, que fue cortando en tiras de 1cm de ancho
usando una cuchilla de afeitar. Envolvió la unión con la bolsa y procedió a
enrollar las tiras de caucho, apretándolas con mucha fuerza, hasta que aquello
pareció suficientemente estanco. Me quedé maravillado con el ingenio y la
ocurrencia de esta gente, acostumbrada, como McGyver, a solucionar los
problemas sin contar con las herramientas adecuadas. A diferencia de McGyver,
sin embargo, lo que hizo el ‘mestre’ fue una chapuza, pues nada más conectar la
bomba, la unión se soltó ante la presión del agua, castigando al ‘mestre’ con
una pequeña ducha.
Le
expliqué entonces que la estopa era imprescindible para sellar correctamente la unión.
Rendido ante la evidencia, intentó infructuosamente sacar estopa de unos
cordones viejos de unas deportivas que encontró su solícito ayudante, que no
era otro que el vigilante de mi casa, pero tras unos instantes deshilachando
los cordones, decidió que era mejor ir a comprar material a la ferretería. Le
di 2.000 kwanzas (20$) y volvió al rato con un bote de pegamento, un rollo de teflón
y lo que es más importante, con las instrucciones recibidas del ferretero, que
le permitieron arreglar definitivamente el problema.
Esta
vez no pasaron cinco horas, sino dos desde que me dejé convencer de que esta
vez el precio justo por sus servicios era de ‘un saldo’ entero (1.000 Kwanzas)
cuando la motobomba volvió a estropearse. Llegué a la conclusión de que la vía
del ‘mestre’ se había agotado y debía buscar soluciones alternativas, por lo
que llamé a Ariel, el cubano que nos instaló el grupo electrógeno para ver si
él sabía algo. Estaba ocupado en esos momentos, pero pasaría a echarle un
vistazo el domingo por la mañana. Decidí entonces salir a hacer una pequeña
compra y recargar el saldo de internet y en esas estaba, caminando por las
calles de Uige, cuando veo que un blanco desde una furgoneta me saluda. Era
Ariel, había terminado antes de lo previsto y se dirigía a mi casa para echarle
un vistazo a la motobomba. Pospuse mis compras y me subí a su furgoneta para
aprovechar ese momento de buena suerte.
Llegamos
a casa y Ariel bajó de la furgoneta con un saco lleno de herramientas,
pegamentos y ¡estopa! Estuvo dos horas aflojando tuberías y volviendo a
apretarlas, regulando tornillos, lijando placas oxidadas. Encendimos la motobomba
y funcionaba otra vez como siempre y no había ni una sola pérdida de agua.
Entusiasmado le pagué 2.000 kwanzas por su trabajo en una escalada inflacionista fruto de mis ansias por tener agua corriente y me fui con él a Uige para
tratar de recargar internet antes de que se hiciera de noche.
Como
es normal en estos casos, la ducha que me di me supo a gloria, encantado de
haber conseguido resolver el problema del agua de una vez por todas.
La
alegría me duró todo el domingo, pues el lunes por la mañana cuando iba a
ducharme, la motobomba volvía a estar estropeada. Ante la perspectiva de tener
que arreglar la bomba cada dos días, soltando dos mil kwanzas cada vez, decidí esta
vez avisar al hijo de la dueña de la casa para que me la cambiara por otra que
funcione. No conseguí localizarle hasta el miércoles por la mañana y me dijo que
iba a consultar con su madre como lo hacíamos. El jueves me dijo el vigilante
que pasó por la casa, constató que la bomba estaba efectivamente estropeada y
dijo que se pasaría a instalar una motobomba nueva.
Es
domingo, y sigo sin agua corriente. Me surto de agua del aljibe, ayudado por
los vigilantes de la casa que no toleran que haga ningún esfuerzo físico y he desarrollado una maña tal para ahorrar
agua en mi aseo diario que sería perfectamente capaz de duchar, después de un
partido, al equipo nacional femenino de hockey sobre hierba usando tan solo una
botella de 500ml de agua.
Madre mía!! Espero que mañana te cambien el hidro y puedas pegarte una buena ducha. Esto nos viene bien a los que tenemos todo el agua del mundo para que sepamos valorarla. Conociendote seguro que estas requetelímpio aunque sea a lametazos.
ResponderEliminarBesos guapo!